sábado, 14 de enero de 2006

Cena




















Hacía tiempo que quería ir a uno de mis restaurantes favoritos y no encontraba el momento ni la compañía. Estaba tan obsesionado con el tema que un viernes por la noche decidí acudir solo. El restaurante estaba lleno de parejas jóvenes sentados en mesitas para dos. El maitre se acercó a mí y, sin dudarlo, me dijo que estaba libre una mesa para seis y que no había ningún problema en que la ocupara. Le dije que era temprano todavía y podía llegar algún grupo que la necesitara. El me insistió reflejando en su mirada algo más que un simple ofrecimiento. Decidí aceptar, sin dejar de sentirme incómodo por la situación. Las mesas cercanas pensarían que estaba esperando a gente y pronto se concentraron de nuevo únicamente en sus parejas. Después de pedir al maitre las camareras empezaron a servir entre risitas. No me sentí incomodado y poco a poco fue desapareciendo la sensación de sentirme observado. En el momento en el que estaba cortando un trozo de carne escuché una risa constante y fuerte. Levanté la mirada del plato y ví a un hombre que vestía un traje medieval rojo del siglo XIV que estaba sentado en mi mesa justo enfrente. "¡Vaya manera de partir la carne!", decía mientras comía una pata asada que agarraba del hueso. "Yo creo que lo hace correctamente" dijo desde uno de los puestos de mi mesa una mujer japonesa vestida con su kimono de ceremonia y su peinado recogido. "Estoy con usted". Me giré y vi que tenía al lado a un caballero vestido con un frac del siglo XIX y sombrero de copa. Miré al otro lado y vi a una dama de la época romana, con su túnica semitransparente y un peinado con rizos y tirabuzones que ascendía hacia arriba y hacia delante. Preguntaba en qué momento íbamos a tumbarnos para empezar a comer. "¿Tumbarnos?", exclamó un caballero del siglo XVI con bigote y perilla que estaba casi enfrente suyo. "No sé ustedes, pero yo comer casi he comido. Bienvenidos a mi mesa" dije terminando el último bocado de carne que me quedaba en el plato.



2 comentarios:

Anónimo dijo...

.... alguna vez he sido protagonista de una película igual....

Anónimo dijo...

Este post es increíble, por la similitud con un instante de mi vida en Londres, por lo que inspira, despierta y por lo ingenioso que resulta.
He esbozado una sonrisa tan amplia, que la sensación es más que agradable.
Tienes don, Javier...
Un saludo.
Elisa.