viernes, 19 de agosto de 2005
¡Socorro Paco, que viene una ola!
El fin de semana pasado estuve en una playa bastante concurrida, muy cercana a la más conocida por los zaragozanos. Deseaba estar sumergido en el agua, nadando por encima y por debajo de ella, sin ir a ningun lugar, solo relajando un cuerpo que iba encontrando la sensación de placidez hundido en la inmensidad. Conseguí mi deseo en un mar que levantaba pequeñas olas juguetonas, algo poco habitual en aquella balsa de aceite.
- ¡Socorro Paco, que viene una ola!
Me giré y vi a una señora que andaría por los setenta y cinco años, con la piel clara pero bastante tostada por un sol de secano. Era curioso verla con un bikini de pantaloncito azul cielo con flores, muy de moda en los sesenta, pero sobre todo contrastaba su cintura totalmente blanca con los brazos y la cabeza morenos. Su señor marido le sacaba una cabeza y pico y tampoco se le veía muy ducho en las artes de la natación. Junto a ellos estaba un nieto de unos dieciocho años con su novia. La señora se puso horizontal sobre el agua mientras el marido la cogía de las manos, como cuando enseñas a nadar a un bebé.
- ¡Ay ay ay ay ay! ¡Que viene una olaa!
Su nieto se moría de la risa. Empezó a imitar a la abuela, chapoteando con los pies y su novia cogiéndole de las manos. Al tiempo chillaba '¡Socorro Paco!'
- ¡Que soy muy chiquitica pa estar aquí!
La mujer no entraba muy adentro porque le cubría el agua enseguida, aunque estaba justo donde rompía la ola. Se quedó de pie con cara de miedo. Su marido y su nieto se metían un poco más adentro disfrutando del agua. Yo seguí disfrutando con mis zambullidas.
Vi como iba llegando una ola un poco más grande que las otras. Me sumergí en ella y subí rápidamente para ver qué pasaba con la señora. Acerté a ver un par de piernas con un pantaloncito azul que estaban siendo centrifugadas en ese momento. La señora salió del agua aturdida, sin poder reaccionar.
Al rato salí a secarme sobre la toalla. Después marché por el pueblo a buscar unas cosas y volví a la playa pasada una hora. Encontré a la señora de pie, con un gorrito a juego con su bikini azul y abrazada a ella misma. Su cara reflejaba el haber pasado un miedo tremendo. Jamás he visto a una persona tan desvalida.
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