miércoles, 23 de agosto de 2006

Encuentros cotidianos
















Iba camino de la oficina con la tranquilidad de un día radiante, una estupenda comida y una extraña complacencia que me hacía disfrutar con la gente iba pasando a mi lado. Justo antes de cruzar la acera ví que en el otro lado estaba a punto de venir hacia mí un amigo de mi primo con el que había coincidido a menudo en los veranos de mi adolescencia. ¡Qué casualidad! Hacía más de diez años que no le veía. Era un tipo un poco raro, pero me alegraba de haberlo visto. Se puso el semáforo en verde y empezamos a cruzar la espaciosa avenida el uno hacia el otro . Cuando apenas quedaban tres metros para encontrarnos sonreí por haberlo visto e inicié un gesto de saludo. Él me miró de lejos y siguió su camino paralelo al mío sin inmutarse. Yo me quedé un poco descolocado, pero recordé que él tenía a veces unas reacciones un poco extrañas y no le dí más importancia.
Al día siguiente quiso el destino y nuestros horarios que nos encontráramos de nuevo en el mismo sitio y en la misma situación de tener que cruzar la calle en sentidos opuestos y a la misma altura uno de otro. El semáforo se puso en verde y poco antes de quedar los dos a la misma altura en el centro de la calle yo hice un amago de saludarle y él siguió sin inmutarse por su camino.
Los días fueron pasando y fuimos coincidiendo a la misma hora por el mismo sitio. Ahora evitaba el coincidir con él en el centro de la calle. Un día lo empecé a ver con una chica rubia muy guapa. Unos días cruzaban cogidos de la mano, otros le abrazaba él por encima del hombro y a veces se quedaban en la plaza fundidos en un largo beso. El tiempo pasaba y la relación entre ellos iba haciéndose cada vez más cotidiana. Un día noté que ella estaba embarazada y poco a poco los encuentros en el semáforo o en la plaza iban demorándose unos metros por el ritmo más tranquilo de su paseo. Después de una temporada ella volvió a aparecer con un carrito de bebé. Los gestos de cariño de antes fueron espaciándose. De vez en cuando él le pasaba a ella la mano por los hombros y le soltaba un beso al aire. Después la niña se hizo más mayor y empezó a andar. Era muy guapa, como la madre, y verlos a los tres paseando daba una sensación de calidez familiar muy entrañable. Llegó un momento en el que dejé de encontrarme con ellos en el mismo sitio. Un día me invitaron a la inauguración de una exposición. Estaba hablando con el organizador y de repente apareció él. "Hola, ¿qué tal?" Yo me quedé un momento sin reaccionar. El comisario de la exposición me dijo "¡Ah! Pero ¿os conocéis? Es que él es mi hermano", me dijo. Empezamos a hablar de lo que hacíamos el uno y el otro, del tiempo que hacía que él no veía a mi primo... Era una conversación formal de dos personas que hacía tiempo que no... ¿se encontraban? A partir de entonces lo empecé a ver mucho menos, siempre solo y de lejos. El otro día estuve con mi primo, que vive fuera y estaba de vacaciones por aquí. Le conté la pequeña historia que había tenido con su amigo. Me dijo que hacía mucho que no lo veía pero sabía que se había divorciado. Me dio mucha pena.

1 comentario:

Chus dijo...

Rara y curiosa historia de desencuentros. No recuerdo cómo he llegado hasta aquí, pero me alegro porque me gusta tu blog, y porque la fotografía es mi ocupación favorita cuando el tiempo y la inspiración me lo permiten.