Tenía vida propia y era propicia a brillar en días de niebla, reclamando su existencia. La gente del barrio la quería, dejaba que fuera ella misma, libre y esbelta. Le gustaba verla tan erguida, poderosa y altiva. Parecía que mirara con desdén, pero todos disfrutaban del placer de tenerla tan cerca. He oido que la quieren tener también en otros barrios, pero nunca permitirá nadie que salga de San Pablo.
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