jueves, 30 de marzo de 2006
jueves, 23 de marzo de 2006
Ataudes
miércoles, 22 de marzo de 2006
sábado, 18 de marzo de 2006
Ciudadanos del mundo
jueves, 16 de marzo de 2006
Romper la rutina
miércoles, 15 de marzo de 2006
Dificultades
domingo, 12 de marzo de 2006
miércoles, 8 de marzo de 2006
Futuro
Hubo un tiempo en el que el futuro era un momento fantástico en el que todo podía suceder. La vida tendría sorpresas, llegarían momentos muy dichosos y todo sería mucho mejor que entonces. Ahora todo es un largo presente en el que las cosas van pasando, y algunas se repiten sin lograr emocionarme. La capacidad de asombro se va quedando atrás y mi lado escéptico aflora cuando yo no quiero. Necesito de nuevo un futuro.
lunes, 6 de marzo de 2006
Nuevos ciudadanos
Hasta hace muy poco tiempo creí que mi ciudad estaba compuesta por un grupo muy homogéneo de gente con una cultura similar salpicada con algunas personas exóticas que le daban un toque enriquecedor. De cinco años a esta parte más o menos han empezado a llegar oleadas de gente de distintos países y culturas y la ciudad ha empezado a asimilarlas con un poco de reticencia, todo hay que decirlo, pero hay un caso que me llama la atención. Hay una chica del África subsahariana que vive en una calle junto a la mía. Tiene una niña pequeña y es feliz viviendo aquí. Lleva a su niña de piel como el ébano al colegio de los chicos con los padres oriundos de aquí, en lugar de llevarla al de los inmigrantes, que está justo enfrente. Es una niña regordeta y simpática, como su madre, y sonríe sin miedo a cualquiera que detenga su mirada ante la gracia que tiene. El año pasado salió un día a la calle vestida de sevillana, contentísima con su vestido de lunares, esperando que le dijeras lo guapa que estaba. La madre estaba radiante con su hija y yo estaba contento de tener tan buen vecindario.
miércoles, 1 de marzo de 2006
Viaje en autobús por la ciudad
Subió en la parada del autobús un anciano de rostro afable; llevaba una bufanda oscura que le rodeaba el cuello y un bastón de boj del pirineo bellamente labrado. Una muchacha se levantó sonriente para cederle su asiento. "No hace falta, muchas gracias, me bajo pronto", contestó complacido el anciano y, movido por un impulso de agradecimiento, sin saber por qué, le dio un delicado beso en la mejilla. Ella, como un resorte, rodeó con sus brazos al abuelo y empezó a llorar amargamente. Tenía un dolor profundo e intenso que la atenazaba. A los pocos segundos recuperó su entereza mientras aquel hombre le preguntaba con la mirada en qué la podía ayudar. Tan apenas pudo suspirar un "perdón", volver a sentarse en su sitio y mirar avergonzada por la ventanilla. El anciano se sentó con el corazón encogido en la otra fila de asientos, en dirección contraria, conmocionado por el dolor de la que podía haber sido su nieta. Yo me bajé en la parada siguiente.
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